“Porque aun siendo muchos,
formamos un solo cuerpo,
porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan.”
1 Corintios 10, 17
Mis hermanas y hermanos en Cristo:
¿Qué es una experiencia de desierto? Cuando pienso en un desierto, pienso en tierra seca con arena alrededor. Pienso en la tierra que quema mis pies descalzos. Pienso en un sol abrasador sobre mi piel. Pienso en una profunda soledad. Pienso en una extraordinaria sed de agua, de vida.
No vivimos en el desierto. Vivimos en un clima muy húmedo y soleado. Nuestra hierba es verde y nuestra arena nos lleva al agua. Sin embargo, creo que cada uno de nosotros podría recordar una experiencia reciente en el desierto.
¿Cuál es tu experiencia de desierto? Tal vez tu experiencia de desierto sea el COVID-19 soplando en el viento y girando a tu alrededor, manteniéndote en la espiral del miedo. Tu experiencia de desierto puede ser la ira que se inflama dentro de ti debido a muertes injustas y a una falta de respeto por la vida, sin importar la edad, raza, credo o capacidad económica. Tu experiencia de desierto podría ser cuando te alejas de Dios al no confiar en Él, un período de sequía en el que no puedes orar. Pudo haber sido la experiencia de la temporada de Cuaresma donde se nos pidió ayunar, no como lo haríamos normalmente con la comida que alimenta nuestro cuerpo físico. Fuimos llamados a ayunar del sacramento de la Eucaristía, el Pan de Vida.
¿Qué podríamos aprender de nuestra experiencia de desierto? “No queremos volver a pasar por ESO nunca más”, podría decir. De hecho, los israelitas a menudo le decían cosas similares a Moisés acerca de su descontento por su experiencia en el desierto y su necesidad de ser liberados de ella. Su experiencia en el desierto revelaría sus intenciones, lo que estaba escondido en sus corazones y su comprensión de los caminos de Dios. San Pablo les habla a los Corintios sobre la experiencia del desierto a través del pecado y le recuerda el llamado a la unidad por, con y en Cristo.
Hoy, después de experimentar la separación unos de otros a causa de la pandemia; después de sentirnos solos y desesperados al quedarnos en un centro de salud sin visitas; después de gritar por el testimonio de un acto violento sobre otro; después de estar encerrado y excluido; después de todo esto, ¿nos hemos acercado más a Dios acercándonos los unos a los otros? ¿Nos hemos convertido en Sus ojos, manos, pies y oídos? ¿O nuestros corazones se han convertido en piedra?
Jesús nos muestra el camino. Lo encontramos en el desierto mientras ayuna y ora. No se sienta ociosamente y llora lo que no está bien. El Pan de Vida nace del aislamiento. La sagrada familia fue marginada en el momento del nacimiento de Jesús. Sus amigos y seguidores lo abandonaron. Está solo en la Cruz. Grita: “Tengo sed”. Él tiene sed de que cada uno de nosotros participe de Su don de la unidad para que ya no estemos en el desierto.
Jesús le dice a los discípulos y ahora a través de los siglos nos pide a nosotros que actuemos y proclamemos, confiándonos el mandato de continuar Su obra. Para proclamar debemos convertirnos en Sus testigos, Sus narradores de historias, Su Evangelio de vida. Nos convertimos en Su amor los unos para con los otros, en Su compañero para cada persona.
¿Quién nos fortalecerá? ¿Quién apagará nuestra sed? El Pan de Vida se parte y se comparte con nosotros en cada celebración de la Misa. Ahora podemos unirnos cara a cara durante la celebración de la misa y participar del don de la Eucaristía. Cuando recibimos nos convertimos en Su presencia sobre la tierra.
Después de la muerte de Jesús en la cruz, los discípulos tuvieron un gran temor y se encerraron en una habitación. Pero no se quedaron en la habitación. Llenos del Espíritu Santo salieron a proclamar la Buena Nueva a la gente; compartieron historias con sus amigos, familiares y extraños acerca de Jesucristo. Mientras estábamos encerrados en nuestros propios hogares, pudimos encontrar formas de mantener la comunión a través de la tecnología, a través de besos en la ventana, a través de notas y tarjetas, a través de la oración.
El Papa Francisco dijo: “Contar nuestra historia al Señor es entrar en Su mirada de amor compasivo por nosotros y por los demás. Podemos contarle las historias que vivimos, acercándole a las personas y las situaciones que llenan nuestras vidas”. En esa proclamación, hemos dejado el desierto y traemos el agua de la esperanza, el amor que refresca unos a otros.
Que nos ofrezcamos unos a otros en la participación de un solo pan, el vínculo de la unidad y el amor.