Hoy la Iglesia de Orlando está bendecida porque estamos a punto de ordenar a catorce (14) de nuestros hermanos al Diaconado Permanente. Les doy la bienvenida a la hermosa Basílica del Santuario Nacional de María, Reina del Universo. Le doy las gracias al Padre Robert Webster, rector, y al personal por su ayuda para hacer posible este día. También le doy la bienvenida a las personas que se unen a nosotros desde casa a través de la transmisión en vivo desde Orlando hasta Puerto Rico, Nueva York, Chicago y las Filipinas.
Los sacerdotes y diáconos se unen a nosotros hoy aquí en oración y acción de gracias a Dios. Como nos recuerda la Sagrada Escritura: “Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos en él.” (Salmo 118)
Nos regocijamos al dar la bienvenida a Peter, Noel, Elbert, David, Samuel, Steven, Dominic, Daniel, Jim, Nelson, Peter, David, Nelson, Ray, sus esposas e hijos, sus padres y sus familiares. Hoy, los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y la gente de la Diócesis de Orlando dan gracias a Dios por ustedes.
Agradezco a sus esposas por sus oraciones y apoyo durante estos últimos seis años. Agradezco a sus familias por el sacrificio de permitir que sus padres estuvieran alejados de ustedes. Ahora regresan fortalecidos y renovados con la paz y el amor de Dios. Agradezco a sus maestros y profesores por su dedicación al formarlos para que se conviertan en buenos diáconos y líderes en el servicio. Ofrezco un agradecimiento especial a los diáconos Joe Gassman y David Camous y al comité de formación diaconal.
Durante muchos años sus parroquias han orado por ustedes y ahora ustedes están a punto de ser ordenados diáconos. Hoy oraremos para que Dios les bendiga en su ministerio de servicio a Dios y a su pueblo.
Ustedes han sido formados por Dios y por Su Palabra, la cual deben predicar, enseñar y vivir como un don a través de su vida diaria de oraciones. La gracia del Sacramento del Orden configurará sus corazones a Cristo para que su vida, ministerio y servicio estén conformados a Cristo. El Papa Francisco nos recuerda que el mundo del egocentrismo, el individualismo, el arribismo y el clericalismo no tiene lugar en la vida de ministerio en la Iglesia. Tengan en cuenta que su identidad no proviene de su título como diácono o de su ministerio, sino de su relación con Jesucristo. Deben convertirse en siervos de Dios. Esta relación es de amor, vivida en su amor por su esposa, su familia y sus hermanas y hermanos.
El profeta Jeremías nos recuerda: “Antes de que te formaras en el vientre materno, te conocí, antes de que nacieras, te consagré”. Tú fuiste formado a imagen y semejanza de Dios. En el Bautismo fuiste consagrado para conocer, amar y servir al Señor. En su ministerio, ustedes deben concentrarse en el precioso regalo de Dios de la vida humana y nuestra responsabilidad de cuidar, proteger y defender toda la vida humana. Prediquen el Evangelio de la vida inspirado por el Papa Juan Pablo II en el que toda la vida es sagrada, desde los no nacidos hasta los ancianos, desde la persona con discapacidad hasta los marginados.
Ustedes se han estado formando por seis años o más. San Pablo en su primera carta a Timoteo (1Tim 3, 8-13) explica detalladamente las cualidades de un diácono: debe tener buen carácter, ser sincero, no beber demasiado ni ser demasiado codicioso, debe ser fiel al Evangelio y tener la conciencia tranquila. Ustedes son ordenados no sólo para la liturgia sino para el servicio de las necesidades de la gente; ustedes son el signo visible de la conexión entre el mensaje del Evangelio y nuestra responsabilidad de cuidar a nuestros hermanos y hermanas necesitados. Como diáconos deben tener una relación especial con su obispo, él es su padre espiritual. También deben tener una relación especial con los sacerdotes que son sus hermanos en Cristo. Estas mismas cualidades se aplican tanto a los sacerdotes como a los obispos en su ministerio. Todos los ministros ordenados en el Orden Sagrado están llamados a una relación con la Santísima Trinidad, con la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A partir de esta relación debemos crecer y fomentar un verdadero espíritu misionero y apostólico de servicio a todo el pueblo de Dios.
El diácono James Keating (que fué director de formación en el Instituto de Formación para Sacredotes) nos recuerda que “es el poder de Dios, no nuestros esfuerzos, lo que «hace que las cosas sucedan».” El poder de Dios es el que debe ocupar la eficacia central de la misión de un diácono”. Santa Teresa de Lisieux, la Pequeña Flor, escribió en su diario: “Sabía que la Iglesia tenía un corazón y que tal corazón parecía estar en llamas de amor. Sabía que un solo amor impulsaba a los miembros de la Iglesia a actuar, que, si este amor se extinguiera, los apóstoles no habrían proclamado más el Evangelio, los mártires no habrían derramado más su sangre. Yo vi y me di cuenta de que el amor marca los límites de todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que este mismo amor abraza en todo momento y en todo lugar. En una palabra, ese amor es eterno”. Decimos que Dios es amor, este es el Dios que deben abrazar en su vida y en su ministerio.
En el Evangelio según San Juan, Jesús nos recuerda acerca de esto en su oración: «Padre Santo, he revelado tu nombre a los que me diste en el mundo». El Papa Francisco también nos recuerda: «para conocer a Dios necesitamos conocer a Su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, nosotros debemos preguntarnos: “¿Quién es Jesucristo?”.» Ustedes han estado estudiando y leyendo las Sagradas Escrituras y dicen: «Él es el Salvador del mundo, el Hijo del Padre». Estas son las palabras del Credo. Pero el Papa Francisco insiste en que debemos responder a la pregunta desde nuestra propia experiencia. “¿Quién es Jesucristo para ti?” Puede que esta no sea una pregunta fácil de responder. El Papa Francisco nos desafía: «Tienes que profundizar en tu corazón y reconocer que eres un pecador y que Jesús se consagró a sí mismo por ti en el Calvario. En el Sacramento de la Reconciliación el Papa Francisco nos recuerda que una cosa es decir nuestros pecados y otra reconocer que somos pecadores. Es sólo a través de una vida de oración que Dios nos revelará a Jesucristo a ustedes y a mí. Es sólo a través de una vida diaria de oración que ustedes y su ministerio estarán satisfechos y sustentados. La Liturgia de las Horas será su fuente de relación diaria con Dios. El Papa Francisco nos dice: “Sería una buena costumbre que todos los días, en todo momento, dijeras: «Señor, déjame conocerte para que me conozca a mí mismo».” Santa Teresa, la Pequeña Flor, respondió a la pregunta: “¿Quién es Jesús?” con estas palabras: “Entonces, casi extasiada con la alegría suprema en mi alma, proclamé: Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Ciertamente, he encontrado mi lugar en la Iglesia y tú me diste ese mismo lugar, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, madre mía, seré el amor, y así seré todas las cosas, según mi deseo encuentre su dirección”.
Mi oración, diáconos, es que Dios les revele Su amor para que su ministerio sea uno con Cristo al servicio de todo el pueblo de Dios.
En su intención de oración para el mes de mayo de 2020, el Papa Francisco pidió a la Iglesia que orara por los diáconos permanentes, quienes viven su vocación en y con su familia. Estas son las palabras del Papa Francisco:
“Los diáconos no son sacerdotes de segundo nivel. Ellos forman parte del clero y viven su vocación en y con su familia.
Ellos están dedicados al servicio de los pobres, quienes reflejan en sí mismos el rostro de Cristo sufriente. Ellos son los guardianes del servicio en la Iglesia. Oremos para que los diáconos, fieles en su servicio a la Palabra y a los pobres, sean un símbolo vigorizante para toda la Iglesia”. Amén.
Basílica del Santuario Nacional de María, Reina del Universo
Orlando, FL
Homilía del Obispo John Noonan