“Él les dijo, venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Mateo 4:19
Mis Hermanas y Hermanos en Cristo:
¿Cuántos de nosotros deseamos seguir a Jesús? Para aquellos de ustedes que he conocido, desde los más jóvenes hasta los mayores, creo que su respuesta sería un rotundo “¡Sí, quiero!”. Cuando nacemos, Jesús ya nos conoce a cada uno de nosotros, nos ama y nos llama a seguirlo. Desde el momento en que somos bautizados, comenzamos a seguir a Jesús. Algunos de ustedes consintieron como adultos en ser bautizados y algunos de ustedes fueron presentados por sus padres y padrinos para seguir a Jesús y como su familia y amigos les enseñaron acerca de Jesús, también continúan siguiéndolo.
Reflexionando sobre la invitación de Jesús a Pedro y su hermano Andrés, su respuesta inicial fue como la nuestra. “Dejaron sus redes y lo siguieron” (Mateo 4:20). También lo siguieron Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan.
Jesús nos invita a cada uno de nosotros a dar nuestra vida por completo, sin medida ni interés personal, sin pensar “¿qué hay para mí?”. Cuando Jesús se acercó a Santiago y Juan, estaban pescando con su padre y San Mateo dice que inmediatamente dejaron su barca y a su padre para seguir a Jesús. Permitieron que la voz de Dios entrara en su corazón y dejaron todo de lado para seguir a Jesús.
Recuerda que Jesús fue criticado porque llamó a los pecadores, personas como tú y como yo. Aceptaron Su invitación porque reconocieron que Jesús es el Camino a la Perfección. A través del Sacramento del Bautismo, hacemos Alianza con Jesús para amarlo sobre todas las cosas y servirle en nuestros hermanos y hermanas.
El otro día estaba leyendo un artículo donde se planteaba la pregunta: “¿Qué significa ser católico?”. El Papa San Pablo VI escribió en su Ecclesiam Suam (“Su Iglesia”) de 1964: “Aquellos que son bautizados y por este medio incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, Su Iglesia, deben dar la mayor importancia a este evento. Deben ser muy conscientes de ser elevados a un estado superior, de renacer a una vida sobrenatural, para experimentar allí la felicidad de ser hijos adoptivos de Dios, la dignidad especial de ser hermanos de Cristo, la bienaventuranza, la gracia y el gozo de la Espíritu Santo que mora en nosotros” (n. 39).
La invitación de Jesús a seguirlo no es algo que empieza y termina. Con nuestro rotundo “¡Sí, quiero!” comenzamos una vida de fe en nuestro Dios uno y trino y nuestra hambre de Dios nunca termina. Estamos llamados a ayudarnos unos a otros a vivir el evangelio del reino con nuestra oración diaria, con nuestro ejemplo, con vivir el corazón de Jesús.
Estamos llamados a la mesa del Señor para recibir a Jesús, la Eucaristía, y vivir como Eucaristía todos los días de nuestra vida. Qué hermosa es la invitación de Jesús a ir tras Él. Él, la Eucaristía en la mesa llamándonos a comer para que llevemos el amor de Dios a todo el pueblo.
Tenemos el privilegio de estar en esta peregrinación porque recibimos la dignidad especial de ser hermanos de Cristo, la bienaventuranza, la gracia y el gozo del Espíritu Santo que mora en nosotros. Tenemos el privilegio de estar en esta peregrinación al paso de Jesús al recibirlo en la Eucaristía.
El seguimiento de Jesús comienza en el corazón de cada uno de nosotros. Así como Pedro y Andrés y Santiago y Juan fueron desarraigados de su diario vivir por su respuesta a la invitación de Jesús, vivir como Eucaristía arranca de nuestros corazones todo odio y resentimiento hacia los hermanos y hermanas con los que vivimos. Nos ofrecemos unos a otros revestidos de la generosa misericordia de Jesús. Conocemos nuestras limitaciones y aceptamos los límites de los demás generosamente, misericordiosamente con el perdón de Jesús.
El Papa Francisco dijo: “Dios se hizo Niño, y ese Niño, una vez crecido, se dejó clavar en una Cruz. No hay nada más débil que uno que es crucificado, sin embargo, esa debilidad fue la demostración del poder supremo de Dios”. En la Eucaristía, el poder de Dios está siempre en acción. Vengan a la mesa del Señor. Reciban la Eucaristía. Sean Eucaristía.